Por Alejandra Flores
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La Rosa
Cuando un hombre o una mujer aprenden a usar la ironía, el gozo de quien escucha tiene el efecto de una rosa, frágil, perfumada, tersa y espinada a un tiempo. Así es como Agustín Ramos, el escritor, llegó a Quintana Roo: con sus rosas desenvainadas. Dispuesto lo mismo a la caricia de sus palabras afiladas, que a pincharnos con la miel de sus sonrisas-carcajada.
Ni leído, ni visto, ni conocido de oídas, Agustín Ramos se instaló lo mismo en Chetumal que en Cancún para impartir sendos talleres de creación literaria que redundaron en viento fresco para las hojas, que muchos ya extendían otoñales en el olvido de algún cajón. Para otros fue como el aire que atiza el fuego de un carbón casi apagado y para muchos otros, un vendaval acaracolado que lo mismo despeinó poemas que despertó narrativas.
Siempre que llega un forastero a impartir un taller a Quintana Roo pasa eso. Se avivan las plumas y con ello, las ideas, o más correctamente: se avivan las ideas y con ello, las plumas. Ahí, frente a él, en tiempos robados a la noche, con una cerveza o un café de por medio, surgió el descubrimiento del otro, de escritor de carne y hueso, del hombre insomne, del abuelo amoroso, del esposo que espera la llamada de su mujer, del escritor que habla-pelea con su editorial, del promotor cultural que apuntala críticas a la burocracia, a la desorganización, a la mediocridad.
El Valiente
Olvidar el futuro, es el nombre de su más reciente novela, una inquietante historia que atrapa el secreto sentir de millones de mexicanos. Un juego de dados donde cada cara cuenta porque la realidad es así: múltiple y alterna. La historia fascina porque trata de la muerte del empresario más rico del mundo, un mexicano de origen libanés. Imposible que la sonrisa no afile la comisura de los labios y que el lector se adentre en el encuentro de ese otro que roza la línea de la leyenda viviente.
Conforme avanzó la estancia de Agustín Ramos en Quintana Roo, sus nuevos lectores descubrieron la importancia de este autor en la narrativa mexicana. Se enteraron, de viva voz, de los “chismes” generados entre la elite literaria del país, luego de la reseña que Letras Libres publicara de su novela y que nos permitieron descubrir los delgados hilos que tiene la censura para atrapar y devorar vivos, a los críticos del “sistema”.
Entonces la carta de El Valiente salió al paso de quien esto escribe. Sí, la imagen define de algún modo a este escritor de voz cascada y una risa que se extiende cual línea dentada, antes de soltar sonora, una carcajada.
La Araña
Una treintena de aspirantes a escritores formó parte de su taller. Se tomó lo que se pudo en medio de las adversidades, pues las instalaciones retaban cada día y de modos distintos, a los asistentes. Aún ahí, en un salón sin mesas, con el permanente ruido del ventilador y el calor sofocante, sucedió la magia de la palabra que se lee en voz alta, que se sigue en silencio, que abre caminos para nuevas búsquedas y nos deja, como siempre, con ganas de más.
Bien por Agustín Ramos, por su valentía y sus espinas-rosas. Bien por los asistentes que permanecieron una semana completa, formando parte de un taller literario que puso en evidencia una realidad: existe en Cancún, una comunidad creadora, ávida de espacios para compartir su pasión por la palabra escrita. Agustín Ramos sembró una metáfora que seguimos y compartimos al pie de la letra: cuídense de caer presas en la tela de la araña, aprendan a tejer sus propias libertades.
Gracias Ale por compartir ese calor de la sopa de letras deliciosa que la araña habrá formado.
ResponderEliminarUn abrazo
MJ