martes, 26 de enero de 2010

Los olvidamos / Columna radiofónica

Programa Al Instante. Radio Chan Santa Cruz/660AM.Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, México

En México 3.6 millones de niños y niñas trabajan de los cuales una tercera parte lo hace en el campo ayudando en la siembra y la cosecha. Se trata de uno de los trabajos tres más peligrosos para el sector infantil, junto con la construcción y la minería, pues además de afectar su salud, saca por temporadas y a veces definitivamente, a 1 millón y medio de niños de la escuela. Hablamos de niños mayoritariamente indígenas y niños de trabajadores migrantes. Son datos que maneja la oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para Cuba y México, datos que fueron dados a conocer durante la presentación del proyecto: Alto Trabajo Infantil en la Agricultura, el cual se implementará en los estados de Chiapas, Michoacán, Sinaloa y Veracruz.

Estas cifras aparecen hoy en la prensa nacional y son el punto de partida para la colaboración de hoy:

3.5 millones de niños y niñas mexicanas

Tres. Punto. Cinco. Millones.

Por más que imagino, no alcanzo a comprender
¿cuánto significa 3.5 millones de chamacos?

Imagino… un país de América Latina puede servir.

Uruguay

Uruguay tiene 6 millones de habitantes
si la más de la mitad fueran niños y niñas…
que trabajan en el campo…

A ver… otro país.
Panamá.
Ese sirve más:
tiene 3.5 millones de habitantes.
Un país completito.

Aún es de noche.
El frío de la madrugada levanta a la familia.

Irse al campo andando.

La mano llega a la tierra
se convierte en herramienta.

Ahí, trabajando, amanece
la caricia del sol
luego su herida quemante
luego la lluvia,
luego el viento,
siempre el sudor.

Andando sobre los zurcos
sólo con café en la panza.

Las tortillas llegan hasta la tarde.

Hay que engañar el hambre con maíz pasado por agua
O con agua pasada por maíz.

Los niños de la construcción sólo sirven para cargar.

Cargan ladrillos, varillas
Costales de cemento
Cubetas de mezcla.

Y en la minería:
Son los que pasan primero por los huecos más pequeños
Son los que mueren primero por los gases que también
encuentran primero.

No, no pasa lejos
Ni es una película:
pasa en México,
se vive en México.

En Chiapas, en Michoacán
En Sinaloa, en Veracruz.

Pero pasa también en Quintana Roo,
en nuestros pocos campos,
en nuestras ciudades,
niños y niñas que lo mismo
limpian parabrisas en calles y gasolinerías,
que se prostituyen en Cancún, Playa del Carmen o Chetumal,
o venden chicles en cualquier parte.

Estos días, adultos que no trabajaron nunca en el campo
Y que menos lo hicieron cuando fueron niños
Se sientan a discutir un proyecto para salvar
las vidas de 3.5 millones de infantes mexicanos

A estas alturas
de este mundo del “sálvense quien pueda”
se agradece la intensión,
sólo que para decir ALTO al Trabajo Infantil
hay que dar empleo,
y para dar empleo,
hay que motivar la organización
invertir en educación
e incentivar la empresa.

Pero… si pero.
En México le tememos a todo eso:
Le tememos a la gente organizada
A la gente educada
Y a la gente emprendedora.

Cierro los ojos y busco las caras de todos los niños que conozco
Y también de los niños que vi crecer.

Una punzada me advierte:
Recuerdo sólo algunas caras de niños que me vendieron una artesanía
O limpiaron el parabrisas del auto,
O vestidos de payasos improvisaron un acto circense en cualquier esquina.

¿Cuántos niños he visto en mi vida
pidiendo limosna o vendiendo chicles?

Cientos de rostros olvidados.
Así nos pasa a los mexicanos.
Preferimos no verlos y cuando los vemos: los olvidamos.

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De corazón a corazón

Una tras otra llegan a mi correo las imágenes acompañadas de sus respectivos comentarios. Fotos y palabras todas, lo suficientemente contundentes como para atizar la rabia, la impotencia. Ahí, ante nuestros ojos: la devastación del bien amado Ombligo Verde, un área que por sólo el hecho de ser selva en medio del asfalto, adquiere ante nuestra mirada una dignidad que se afianza en las raíces de esos, sus árboles sobrevivientes a la depredación.

En la periferia las frondas se mecen con el viento fresco. En su centro, la tierra retiembla por el pesado andar de las maquinas que no paran la destrucción mientras sean horas de oficina.

Uno tras otro, los gobiernos municipales en Benito Juárez se las ingenian para horadar la memoria, para enredar el entendimiento, para sepultar a los sobrevivientes.

En los últimos 10 años, no sólo Benito Juárez, sino buena parte de Quintana Roo ha sufrido la depredación más grande de su historia.

¿Y luego? ¿Vamos quedarnos así, mirando?, ¿mandándonos mails, condoliéndonos por la historia que leemos en los diarios?

¿Escribiendo en blogs cuan hartos estamos de que nadie haga nada?

La realidad es que le tememos a la organización ciudadana, porque como dice el refrán: nadie sabe para quien trabaja y luego resulta que no falta el vival, llámese diputado, candidato, o funcionario con miras electoreras, que se acerca y dice: "mira lo que me encontré".

La realidad es que los ciudadanos le tememos a las promesas, a que nos dejen como novia de pueblo, como estamos desde que las campañas empezaron a basarse no en plataformas de gobierno, sino en sonrisas de cartel exhibidas cual carismáticos productos.

Si los suspirantes por alguna candidatura o algún hueso tuvieran su red neuronal trabajando, en lugar de redes sociales contabilizando contactos, entonces se acercarían a quienes hacen investigación en este estado. Un ejemplo: La Universidad del Caribe posee en sus observatorios sociales, datos que son verdaderas guías para la acción política en los más diversos rubros de gobierno.

Y sin embargo, las instancias elaboran su Programas Operativo Anual, al vapor. Apurados los funcionaritos por cuadrar presupuestos y engordar beneficiarios en lugar de generar proyectos sustentados en la realidad, basados en el cruce de variables y con miras no de un año, o dos, o tres en el mejor de los casos, sino con miras a mediano y largo plazo.

No, no tenemos estadistas en ninguna oficina de Gobierno, así que a falta de ello, los ciudadanos bien podemos sumar a nuestro grito, nuestra participación activa.

En breve, por ejemplo, el recién creado Instituto para la Cultura y las Artes del municipio Benito Juárez, convocará la participación de los especialistas para la creación de un Consejo cuya función será aprobar los proyectos que el Instituto desarrollará a lo largo del año, así como servir de órgano de control y vigilancia en la aplicación de los recursos y el desarrollo de los programas y proyectos del ámbito cultural.

Participar no es la parte más importante, la verdadera aportación es comprometerse, leer, documentarse, intercambiar puntos de vista, tomar acuerdos, e incluso, ser parte de las acciones, sin perder la independencia, sin perder la libertad.

El Ombligo Verde nos convoca de igual modo, no sólo a participar sino a comprometerse a estar informados, a fondo, de cuantos intereses se mueven en ese frágil territorio. Documentarse es parte de la tarea, y entonces tomar partido con sustento, con argumentos sólidos.

Un proyecto alternativo, verde, ciudadano, circula en la red para conocimiento de todos. Hagamos eso: conozcámoslo, enamorémonos de él, dejémonos seducir por sus áreas de ensueño y juntos, con los pies en la tierra y el corazón en la mano: hagámoslo posible.