jueves, 15 de octubre de 2009

Mercedes Sosa, In Memoriam

Y porqué decir “le recuerdo” si gracias a estratagemas de prestidigitación dimensional en realidad nos encontramos donde nuestra memoria dicta, así eternamente, sólo cerrando los ojos. Es por eso que no puedo decir que le “recuerdo”, la estoy mirando. Estoy caminando entre un mar de gente bajo el sol persistente pero suave de la ciudad de México, caminamos, una vez más, del Zócalo a la Plaza de las Tres Culturas. De sobra nos sabemos las indicaciones: que todo en orden, que cuidado con las pancartas y las madres con niños, que no caer en el truco de la provocación pues eso “es lo que le conviene al gobierno”. Ni un pretexto, ni un atisbo de violencia. Siendo 1988 no me preocupa mucho la cuestión, talvez porque los dizque “porros” que conozco me parecen caricaturas salidas de una película de Orol; pero hoy en el ambiente se percibe una diferencia que nos reta a adjetivarla de tangible. La diferencia radica en un optimismo subrepticio, algo que existe latente y escondido en el alma de cada persona. Da gusto ver como los mexicanos, de una vez por todas, salimos a apropiarnos de las calles para gritar nuestra voz. Apropiación que se vio interrumpida por la masacre del 68 y que hoy recordamos. Caminamos a gusto, desgañitando gargantas, a veces corriendo y brincando.

_ ¿Y quiénes son esos?

Pregunto mientras indico con mi vista hacia un considerable grupo de personas que visten de blanco y llevan paliacates, se encuentran justo en las ruinas prehispánicas de la plaza de Tlatelolco.

- Son los seguidores de Regina…
Me contesta mi compañero
- Otro día te cuento.

Llegamos a la explanada y nos escurrimos hasta el frente, donde el templete.

- Aquí estamos bien- me dijo, - se va a poner bueno.

Sigue entonces el consabido programa de oradores que se extienden más de lo debido al dar sus testimonios, adherencias, condolencias, etc. De repente, ciertas nubes benignas nos cobijan dándonos un fresco respiro.

Y ahí está, la estoy viendo aparecer entre los enérgicos aplausos de la mayoría. Algunas mujeres, amas de casa medio desinformadas preguntan:

- ¿Y quién es ella?

De los niños se escucha:
- Mamá, ¿quién es?, no puedo ver…

Y un hombre con pinta de obrero bromea:
- ¿Es una líder charro?

Del templete se pide un silencio que hace que nosotros, quienes la estamos esperando, reparemos en que el alma se nos escapa como vapor pequeñito a través de nuestros poros. Y entonces la veo, caminando con un porte que sólo alguien de su altura puede emanar. Muestra una inusitada agilidad, algo que no esperaba. Nada de complicaciones, guitarra, bajo y batería; ella, con poncho oscuro y tambor en mano, se sienta, toma aliento, menciona palabras solidarias que no por repetidas suenan menos sinceras y entonces… canta. Canta y yo abro simultáneamente ojos y boca; así es como por primera vez la escucho, la veo, siento a Mercedes. Y gustosos nos entregamos a la magia de su voz y su mensaje, las canciones que nos regaló, generosa, se sumaron a las muchas otras que me develaron la verdad de lo posible. Es posible hacer de la música algo comunalmente sagrado, Mercedes lo logra.

Y la sigo viendo, poco después de ese primer encuentro. La diferencia es que ahora ella está sobre un escenario en toda forma (al cual puedo entrar gracias a mis ahorros), con luces, cortinas, más músicos y ese humito de hielo seco que supongo técnicamente indispensable pero que a mí me sirve de muleta psicológica para sentir que Mercedes me esta cantando, allá, desde una nube. Un ángel contundente y sonoro, su danza tiene las mismas características; nada puede ser etéreo cuando se canta nuestras realidades latinoamericanas. Todos salimos con los corazones hasta el cielo, claros y limpios. Y nos vamos cantando con nuestra soledad, entonamos los versos que mejor nos sabemos. En esos días nadie censuraba a la gente que, proveniente de un concierto, entraba cantando al metro.

No volví a verle cantar en vivo, los años me alejaron de mi tierra y las distancias verdaderas no caben en la palabra kilómetros. Hace como dos años se anunció acá un concierto de ella que nunca tuvo lugar. ¿De qué sirve la desilusión de un reembolso por concepto de boletos? El hecho dibujó en mi cerebro, más contundentemente, ese mito de que a Mercedes no le gustaba viajar en avión. O quién sabe, a lo mejor sus fuerzas no daban para tanto en ese momento.

Y ahora la veo no directamente, sino en el rostro de dos hombres tucumanos que salen de la catedral de Buenos Aires un 23 de agosto del año 2005. Casualidades de esas por las que hay que darle gracias a la vida (las que se brindan cuando uno anda de viaje y “turisteando”) nos trajeron a las puertas de la catedral bonaerense justo cuando terminaba la misa que esta sociedad tucumana hace en honor de San Martín. Hablamos con ellos, nos dicen que ése, su grupo, está luchando para que en Argentina se reconozca la fecha del nacimiento del prócer como el día del padre y que además hacen una misa en la capital cada año. Vienen desde su tierra sólo para eso, para eso y para mostrar orgullosamente esas botas, sombreros y accesorios de cuero. Me preguntan si sé algo de Tucumán, la respuesta obligada es que es la tierra de Mercedes y su voz, así que de alguna manera toda Latinoamérica es tucumana. Felices, intercambiamos palabras y abrazos, y al final, para la consabida foto me ponen el poncho, yo por minutos me siento adoptada. Si hasta uno de ellos tiene el mismo perfil que la cantora, y mi mente me traiciona con juegos ópticos (podría ser su primo)… ¿Y porqué no? Si tengo tantos hermanos que no los puedo contar. Se despiden con un: “así somos los tucumanos”.

Y ahora la veo aquí mismo, sentada junto a mí aunque su voz me llega desde una bocina. Amada Mercedes tienes razón, quién pudiera volver a los diecisiete para recuperar ese optimismo que muchas veces pierdo y que tu cantar, como conjuro mágico, me devuelve.

Fabiola Flores
7 de octubre, 2009.


Gracias a Norma Alejandra por este foro.


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De corazón a corazón

Una tras otra llegan a mi correo las imágenes acompañadas de sus respectivos comentarios. Fotos y palabras todas, lo suficientemente contundentes como para atizar la rabia, la impotencia. Ahí, ante nuestros ojos: la devastación del bien amado Ombligo Verde, un área que por sólo el hecho de ser selva en medio del asfalto, adquiere ante nuestra mirada una dignidad que se afianza en las raíces de esos, sus árboles sobrevivientes a la depredación.

En la periferia las frondas se mecen con el viento fresco. En su centro, la tierra retiembla por el pesado andar de las maquinas que no paran la destrucción mientras sean horas de oficina.

Uno tras otro, los gobiernos municipales en Benito Juárez se las ingenian para horadar la memoria, para enredar el entendimiento, para sepultar a los sobrevivientes.

En los últimos 10 años, no sólo Benito Juárez, sino buena parte de Quintana Roo ha sufrido la depredación más grande de su historia.

¿Y luego? ¿Vamos quedarnos así, mirando?, ¿mandándonos mails, condoliéndonos por la historia que leemos en los diarios?

¿Escribiendo en blogs cuan hartos estamos de que nadie haga nada?

La realidad es que le tememos a la organización ciudadana, porque como dice el refrán: nadie sabe para quien trabaja y luego resulta que no falta el vival, llámese diputado, candidato, o funcionario con miras electoreras, que se acerca y dice: "mira lo que me encontré".

La realidad es que los ciudadanos le tememos a las promesas, a que nos dejen como novia de pueblo, como estamos desde que las campañas empezaron a basarse no en plataformas de gobierno, sino en sonrisas de cartel exhibidas cual carismáticos productos.

Si los suspirantes por alguna candidatura o algún hueso tuvieran su red neuronal trabajando, en lugar de redes sociales contabilizando contactos, entonces se acercarían a quienes hacen investigación en este estado. Un ejemplo: La Universidad del Caribe posee en sus observatorios sociales, datos que son verdaderas guías para la acción política en los más diversos rubros de gobierno.

Y sin embargo, las instancias elaboran su Programas Operativo Anual, al vapor. Apurados los funcionaritos por cuadrar presupuestos y engordar beneficiarios en lugar de generar proyectos sustentados en la realidad, basados en el cruce de variables y con miras no de un año, o dos, o tres en el mejor de los casos, sino con miras a mediano y largo plazo.

No, no tenemos estadistas en ninguna oficina de Gobierno, así que a falta de ello, los ciudadanos bien podemos sumar a nuestro grito, nuestra participación activa.

En breve, por ejemplo, el recién creado Instituto para la Cultura y las Artes del municipio Benito Juárez, convocará la participación de los especialistas para la creación de un Consejo cuya función será aprobar los proyectos que el Instituto desarrollará a lo largo del año, así como servir de órgano de control y vigilancia en la aplicación de los recursos y el desarrollo de los programas y proyectos del ámbito cultural.

Participar no es la parte más importante, la verdadera aportación es comprometerse, leer, documentarse, intercambiar puntos de vista, tomar acuerdos, e incluso, ser parte de las acciones, sin perder la independencia, sin perder la libertad.

El Ombligo Verde nos convoca de igual modo, no sólo a participar sino a comprometerse a estar informados, a fondo, de cuantos intereses se mueven en ese frágil territorio. Documentarse es parte de la tarea, y entonces tomar partido con sustento, con argumentos sólidos.

Un proyecto alternativo, verde, ciudadano, circula en la red para conocimiento de todos. Hagamos eso: conozcámoslo, enamorémonos de él, dejémonos seducir por sus áreas de ensueño y juntos, con los pies en la tierra y el corazón en la mano: hagámoslo posible.